Una cuestión de lógica, conciencia y pequeños gestos
Quienes tienen una piscina en casa saben que disfrutarla implica algo más que nadar o tumbarse al sol. También significa cuidar de ella, y eso pasa —aunque a veces no seamos del todo conscientes— por aprender a gestionar bien el agua que contiene. No porque esté de moda hablar de sostenibilidad, sino porque el agua empieza a ser, en muchas zonas, un bien menos garantizado de lo que solíamos creer.
Reducir el consumo no exige grandes renuncias. Más bien se trata de cambiar la mirada y entender que, en realidad, con menos agua se puede lograr mucho más… si se aplican unas cuantas ideas con sentido común y algo de constancia.
¿Por qué se pierde agua en una piscina?
Pocas personas se detienen a pensarlo, pero una piscina abierta al sol, sobre todo en verano, puede evaporar varios litros al día sin que apenas lo notemos. El viento, la radiación solar directa y las altas temperaturas aceleran ese proceso natural, y aunque parece inevitable, se puede mitigar con relativa facilidad.
A eso hay que sumar las pequeñas fugas, muchas veces invisibles a simple vista, pero persistentes. Uniones mal selladas, fisuras en el vaso, una válvula que gotea o incluso una manguera olvidada llenando el vaso durante más tiempo del debido… todo suma. Y si hablamos de pérdidas por mantenimiento, los clásicos lavados de filtro, vaciados por desequilibrio químico o rellenados excesivos también tienen un impacto.
Cubrir, revisar, ajustar: tres ideas básicas que funcionan
Si solo pudiéramos aplicar una medida, probablemente sería cubrir la piscina cuando no se usa. Puede parecer un simple detalle, pero reduce la evaporación de forma inmediata y además mantiene el agua más limpia, lo que se traduce en menos productos y menos ciclos de depuración.
Revisar las instalaciones, aunque no sea una tarea que apetezca, puede evitar fugas silenciosas que suponen miles de litros al cabo de la temporada. Un chequeo antes del verano, con la ayuda de un profesional si es necesario, compensa por sí solo.
Y luego están los ajustes: programar bien la depuradora, usar cloradores salinos o sistemas de dosificación automática, y controlar los niveles químicos para evitar tener que vaciar parte del agua si se descompensa. Son medidas que no requieren mucho, pero que marcan una diferencia.
Cambiar hábitos también cuenta (y mucho)
Hay rutinas que, sin ser obligatorias, ayudan. Ducharse antes del baño, por ejemplo, no es solo una cuestión de higiene. Evita que el agua se contamine con restos de crema solar, sudor o cosméticos, lo que mantiene el equilibrio químico durante más tiempo. Y controlar el nivel con cierta regularidad —sin esperar a ver media baldosa de más— ayuda a detectar fugas o pérdidas anómalas antes de que escalen.
Otro gesto útil: aprovechar el agua de lluvia. Si tienes un sistema de recogida, puedes emplearla para tareas de limpieza, riego del jardín o incluso rellenar parcialmente la piscina si se dan las condiciones adecuadas.
Tecnología al servicio de la eficiencia
Aunque no todo el mundo tiene una piscina nueva o domotizada, lo cierto es que ya existen soluciones bastante accesibles para optimizar el uso del agua: sensores que alertan de fugas, bombas de velocidad variable que reducen el consumo eléctrico y optimizan la filtración, o sistemas que adaptan el funcionamiento según la temperatura exterior y el uso previsto.
Estas tecnologías, lejos de ser un lujo, empiezan a convertirse en herramientas básicas para quienes quieren seguir disfrutando de su piscina sin excesos innecesarios.
Menos agua no es menos piscina
Reducir el consumo de agua no significa renunciar a nada. Al contrario. Una piscina bien cuidada, estable químicamente, sin fugas ni evaporaciones excesivas, es más saludable, más económica de mantener y, en cierto modo, más disfrutada. Porque saber que estás haciendo las cosas bien también suma.